martes, septiembre 19, 2006

El voto invisible

Hay que reconocer que nuestra democracia es la leche. Fíjese usted si no tengo razón, que hasta podemos utilizar... ¡un voto invisible! a la hora de ejercer el pequeño papel que nos han concedido a los ciudadanos para participar en el gobierno de la nación.
¿Que no se lo cree? Pues es cierto, yo mismo lo utilicé las últimas elecciones. Se trata de una papeleta electoral invisible. Desde luego tengo que reconocer que es más difícil usar este voto que votar a un partido de los de siempre. Porque encontrar las papeletas invisibles en las cabinas de los centros electorales es complicado. Y es que las papeletas son, además de invisibles, intangibles e inodoras. Imagínese, encontrar un taco de papeletas electorales invisibles, intangibles e inodoras en esas cabinas de tan reducidas dimensiones, mientras una multitud de ciudadanos espera impaciente su turno, fuera de la cabina, para recoger su papeleta; y además, sujetando como podemos las minúsculas cortinillas para que nadie te vea buscando los votos invisibles (no sea que te tomen por loco). Para ponerse de los nervios.
Por esa razón, el Partido Invisible, previendo los problemas de sus votantes en el día de las elecciones, envía las papeletas directamente a los ciudadanos a sus hogares. Pero lo cierto es que la cosa no ayuda demasiado, porque las envía en sobres igualmente invisibles, intangibles e inodoros con sellos de las mismas características. Y... ¿cómo saber que en el buzón hay un sobre invisible con una papeleta invisible esperando para ser recogido? La mayoría de las veces las papeletas caen al suelo al recoger el resto de los envíos postales y acaban siendo barridas, de forma inconsciente, por el cruel cepillo de los profesionales de la limpieza.
En definitiva, es complicado utilizar el voto invisible. Pero es posible.
Aunque la cosa es aún peor. Una vez alcanzado el logro de introducir la papeleta invisible en el sobre electoral, hay que entregárselo al presidente de la mesa electoral que nos corresponda, el cual lo depositará en el interior de la urna. Lo malo es que la papeleta, ni ocupa volumen ni pesa, por lo que la diferencia, al tacto, entre un sobre con una papeleta normal y un sobre con una papeleta invisible es notoria. Y el presidente de la mesa, al tomarla para introducirla en la urna, se da cuenta de que estás echando un voto invisible. Y eso no está bien. No es tanto porque se vulnere el derecho al voto secreto que tenemos todos los españoles, sino porque el perjuicio que te puede causar votar invisible puede ser importante; y es que eso de votar invisible está mal visto, es cosa de bichos raros, de locos, de revolucionarios... y si el presidente se va de la lengua, luego pasa lo que pasa. Te señalan por la calle, te despiden de tus empleos, no te dan trabajo, no te conceden créditos... horrible.
Pero lo peor de lo peor está aún por llegar. Una vez terminadas las votaciones, los votos se cuentan, incluidos los votos invisibles, que son considerados votos válidos, y computan, ayudando a hacer ligeramente más difícil, dada la particular forma de asignación de representantes que usamos en nuestra nación, que los partidos minoritarios obtengan representación. Pero, cuando llega la hora de asignar cuántos diputados invisibles (los diputados del Partido Invisible son invisibles también, obviamente) se corresponden con los votos invisibles que hay, ¡estos se ignoran! ¡En ese momento dejan de computar! De esta forma, se roba (legalmente, eso sí) los escaños a los diputados invisibles para que los ocupen otros diputados de otros partidos a los que los votantes no hemos elegido.
En fin, como decía, nuestra democracia es la leche. O más bien debe ser la democracia de otros, porque, dado que nos roban nuestros representantes, esta democracia tal vez no sea nuestra. Está claro que algunos no pintamos nada en ella. ¿Será que somos también invisibles?



Se considera voto en blanco, pero válido, el sobre que no contenga papeleta y, además, en las elecciones para el Senado, las papeletas que no contengan indicación a favor de ninguno de los candidatos.
Art. 96, punto 5, de la Ley Orgánica del Régimen Electoral General.

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