Cuando un niño se
enfrenta a situaciones que le contrarían, y se siente impotente ante
ello, suele dar salida a su frustración a través de las rabietas.
Cuando la rabieta pasa, si el deseo del niño no se ha visto
cumplido, este pasa a un estado de aceptación. Estamos programados
genéticamente para asumir la realidad.
El 15M fue una
rabieta. Una sociedad inmadura políticamente enfrentándose a unas
circunstancias que no eran de su agrado -indignantes-, pero que, dada
su inmadurez, es impotente ante ellas: no sabe canalizar su cabreo en acciones útiles que cambien las cosas; en lugar
de eso, estalla emocionalmente.
Y pasado el
estallido emocional, sin el resultado deseado, los “niños”
pasaron a un estado de pasiva asunción de la desagradable realidad
política. Fin de la rabieta.
No quiero decir con
esto que la rabieta no haya tenido consecuencia alguna. Sí las ha
tenido.
Al igual que el
mecanismo de una olla exprés, la rabieta sirve para aliviar la
presión cuando esta alcanza niveles peligrosos -para el Sistema-.
Así ocurrió con el 15M. El estallido emocional alivió la presión
social que existía ante una partitocracia más cuestionada que
nunca, que respondía cada vez menos a las necesidades de la gente, y
cada vez más a las demandas del Poder económico.
La gente se indignó,
ocupó las plazas, gritó, lloró, y, cuando pasó todo ello, volvió,
ya más calmada, a sus vidas, incluida a la obediencia sumisa a ese
Régimen político que detesta, pero que es incapaz de cambiar.
Una segunda
consecuencia del 15M fue permitir que unos hábiles oportunistas
identificaran y aprovecharan el momento para captar un gran nicho
electoral, que estaba desatendido por los partidos políticos
hegemónicos. El 15M, para ellos, fue como el toque de campana que
indica que la hora de comer ha llegado, que el alimento ya está
disponible y preparado para ser devorado. Y lo estaba.
El hecho de que esa
gran masa de potenciales votantes viera cubierta su necesidad de un
referente partidista, que les dijera lo que querían oír, disminuyó
todavía más lo poco que quedaba de la movilización ciudadana propiciada por el estallido emocional.
Y también
contribuyó a esta desmovilización que parte de las personas que
hace cinco años ya estaban movilizadas contra el Sistema, que no
supieron leer lo que era realmente el 15M, y que se crearon
esperanzas y expectativas irreales, acabaran quemadas, decepcionadas,
sin ganas de seguir luchando.
El 15M actuó, en definitiva, como
gran factor de desmovilización, dejando esta reducida a su mínima
expresión en y para muchos años.
Pero bueno, no
quiero dar la impresión de que todo, todo, ha sido negativo. El 15M
también abrió la puerta a la movilización a unas cuantas personas,
en especial jóvenes, que estaban desmovilizadas entonces, y que todavía lo están ahora. Casi todos
ellos habrían acabado, tarde o temprano, actuando, pero el 15M hizo
que fuera más temprano que tarde. Algo es algo, ¿no?
Mi conclusión: el
15M fue una buena muestra de que, hoy en día, el Poder establecido
tiene más capacidad que nunca -partidos políticos, televisión y demás medios de
adoctrinamiento- para controlar y anular los estallidos emocionales
de las masas. Por ahí no hay nada que hacer.
La revolución no va
a llegar por la vía emocional. O viene desde la racionalidad, o no
llegará.
Una revolución de
adultos, que no sólo ocupen las plazas, sino que se pongan a
construir una sociedad justa, digna, humana, a través de
herramientas políticas de adultos: la autogestión y la democracia.
Lejos estamos
todavía de ese día, me temo.
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