Hay enemigos que son
fáciles de reconocer. Hacen daño -o lo intentan-, pero se les ve
venir. Sabes lo que son.
Otros, en cambio,
actúan de otra manera. Son los que apuñalan por la espalda. Los que
hablan -y no bien- de ti cuando no estás. Los que consideras de los
tuyos.
Estos últimos son
los más peligrosos, porque confías en ellos, y por ello, te pillan
desprevenido. Indefenso. Y si son listos -y tú no lo eres lo
suficiente-, te la juegan una vez, y otra, y otra...
Es difícil prevenir
este daño. Es difícil reconocer a estos enemigos.
Pero a veces, se
puede.
Siempre hay
detalles. Pistas. Indicios.
Por ejemplo, estos
enemigos suelen esperar algo de ti... y lo que reciben y lo que dan
nunca está compensado. Reciben mucho... y dan poco... o nada. Son
parásitos. Reciben favores... dinero... votos... y no devuelven
nada... más que palabras.
Y esa es otra pista:
siempre dicen lo que quieres oír.
Eres guap@. Eres
inteligente.
Sabes lo que
haces.
Te lo mereces.
Todo va a salir
bien.
...
Vótame y te
devolveré la sonrisa.
Reconocer
al enemigo es difícil especialmente por esto último. No quieres
verlo. ¿Cómo condenar a quien te dice lo que ansías escuchar?
Pero
hay que hacerlo.
Reconocer
al enemigo ayuda a reducir daños. Permite protegerte. Actuar contra
él.
No
reconocerlo te deja vendido. Seguirá haciéndote daño. Irás de mal
en peor.
Y, aunque
sea difícil, casi siempre, para reconocer al enemigo, basta con
querer hacerlo.
Está
ahí, delante de tus narices.
Sólo
hay que quitarse la venda.
Y
entonces sí, identificado correctamente el enemigo... actuando en
consecuencia... igual las cosas empiezan a mejorar.
P.D.
En política reconocer al enemigo es muy fácil: si sale en
televisión, lo es.
La
televisión es del Régimen. Quien sale en televisión es del
Régimen.
Blanco
y en botella.
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