lunes, septiembre 19, 2016

Ataques de perros -y otras agresiones-

Cuando surge una noticia de ataques de perros a personas, siempre viene acompañado de los mismos comentarios recurrentes: perros peligrosos, uso de bozales, control administrativo, raza o grupo social del dueño del perro... los que no recogen las cacas...
Es uno de los síntomas del enorme déficit educativo patrio en cuanto al desarrollo de la capacidad de raciocinio: nos quedamos en lo superficial sin buscar la raíz del problema.

Existen multitud de formas a través de las cuales los humanos nos hacemos daño unos a otros: perros, armas, vehículos... ruido, desprecio, falta de respeto... acoso, abuso de posición social o laboral... negligencias... y qué decir de las sociales, como el paro o la precariedad laboral, los desahucios, la marginalidad, la exclusión... la deseducación... y tantas otras.

Y ese daño se produce de forma cotidiana. Es algo normal en la sociedad que hemos creado.
Y, en general, ese daño le importa bien poco a la mayoría de la gente.
Mientras no les afecte a ellos, claro.

Es la sociedad egoísta que hemos construido y que no hacemos nada por cambiar.

Y ahí está la raíz del problema: nuestro egoísmo.

En una sociedad donde todos vamos a lo nuestro y pasamos de los demás, es normal que las agresiones -con perros, o de cualquier otra manera- sean habituales.
¿Cómo esperar otra cosa? ¿Como pretender que aquellos que son agredidos no respondan a su vez de forma agresiva contra los demás? ¿Contra nosotros?

A toda acción sigue una reacción. Un principio físico elemental. También ignorado por los ciudadanos de este país, que en su mayor parte piensan que pueden hacer -casi todo- lo que les venga en gana sin que haya consecuencias.

Pero las hay. Siempre las hay.

Y ninguno de nosotros estamos a salvo de ellas.

Hay quien piensa que por tener una cierta seguridad económica está libre de peligro. Pero cualquier día llega un perro, un criminal, un funcionario negligente o prepotente o un empresario sin escrúpulos, y te demuestra que tu seguridad era un espejismo.
Y, a veces, esa demostración es letal.

Pretender evitar o atenuar un único tipo de agresión -el que nos afecta a nosotros en ese momento-, es la manera de tratar superficialmente el problema. Sin atacar la raíz del mal.

La única manera que garantiza evitar una agresión es evitarlas todas.

Y es que, en general, y esto es aplicable para casi todo el mundo, quien no es agredido, no agrede a los demás.

Si construimos una sociedad justa para todos, basada en el respeto y apoyo mutuo -con la imprescindible educación cívica-, no tendremos que preocuparnos por que nos ataque un perro peligroso, nos atropelle un conductor borracho, nos mate una enfermedad negligentemente tratada en el Sistema sanitario, o tantas otras cosas. Nada de eso ocurrirá.
Sólo serán agresivos los enfermos mentales, que al ser pocos podrán ser adecuadamente tratados en centros especializados. La capacidad de hacer daño de psicópatas, políticos, banqueros... entre otros... estaría controlada.

Pero si escogemos egoísmo, competitividad, insolidaridad... y lo acompañamos con irresponsabilidad y desidia, en tanto que cedemos el Poder -que deberíamos ejercer nosotros directamente- a los peores individuos... pues ajo y agua.
Si la agresión no viene de un lado, vendrá de otro.

Es elección nuestra. Lo que nos está ocurriendo, nos lo hemos ganado a pulso.

Con perro, o sin perro.

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