jueves, julio 06, 2017

¡Somos vuestros amigos!

5 de marzo de 1921. La base naval de Kronstadt está sitiada por el Ejército Rojo. En ella resisten los marineros de Kronstadt, la última amenaza contra la dictadura del Partido Comunista tras la revolución de 1917.

Kronstad no era el último reducto del ejercito blanco, que había sido vencido meses antes. Los marineros de Kronstadt habían sido, hasta ese momento, puntal y orgullo de la revolución. Sus filas estaban formadas por anarquistas, socialistas revolucionarios, e incluso bolcheviques del partido comunista. Pero sus ideas sobre cómo debía ser el gobierno de Rusia diferían considerablemente de las de Lenin y los cabecillas del partido. Kronstadt defendía la autogestión, la libertad, la igualdad. No habían hecho la revolución para cambiar la dictadura zarista por la dictadura de un partido.
Pero la diferencia de fuerzas era abrumadora. Era cuestión de días que cayera Kronstadt.

En ese contexto, me llamó mucho la atención que algunos reconocidos intelectuales del anarquismo ruso remitieran una carta al gobierno exponiendo el daño que estaban haciendo "a la revolución" e instándoles a detener la agresión y a buscar un acuerdo negociado con Kronstadt. Una carta difícilmente explicable que denota una candidez impropia de personas con pleno uso de sus facultades mentales.

Por aquel entonces, las cárceles rusas llevaban tiempo rebosantes de anarquistas. Hacía escasos meses que el ejército rojo había arrasado la Ucrania majnovista, que, al igual que Kronstadt, había tenido la osadía de pretender auto-organizarse sin someterse al partido. La represión era ya una realidad patente y consolidada, y era absurdo seguir asumiendo que al gobierno le importaba lo más mínimo la libertad, el socialismo o la revolución, tal y como la entendían los anarquistas.

Pero sin embargo ahí estaban unos pocos todavía proponiendo -a los tiranos- pactos pacíficos y negociación.

Increíble. Impensable. Irracional.

Sin embargo, la ingenuidad de ese sector del anarquismo no es algo extraño. Al contrario, es, por desgracia, lo normal.

Al igual que, unos años antes, todavía muchos campesinos rusos pensaban que el Zar les amaba y que la tiranía a la que estaban sometidos era culpa de sus ministros y funcionarios corruptos -y que el Zar no sabía nada-, de igual manera, durante la revolución, al hacerse patente la represión, muchos revolucionarios todavía confiaban en el camarada Lenin, al que creían inocente e ignorante de todas las agresiones que venían sufriendo por parte de los cabecillas del partido.
Incluso mientras el gobierno difundía un discurso en el que se les acusaba literalmente de traidores y contrarrevolucionarios, se les encerraba, se les atacaba, se les fusilaba... todavía había muchos dentro del majnovismo, del anarquismo, del socialismo revolucionario, que pensaban que era posible la negociación o incluso, en el caso de los majnovistas, la coexistencia de una Ucrania autogestionada con una Rusia dictatorial.
Y qué decir de la ingenuidad posterior de los anarquistas en la guerra civil española, cuya consecuencia fue la traición, represión y aniquilación por parte del gobierno republicano.

Al pensar en estos hechos, me viene a la mente la imagen de los alienígenas de "¡Mars Attacks!", que, mientras van exterminando a los humanos, emiten con altavoces el mensaje ese de que "¡No temáis, somos vuestros amigos!".

Como si fuéramos tan ignorantes como para picar ante una mentira tan obvia.


Pues parece que lo somos.

Este "buenismo" de la izquierda es fatal.

Y hoy en día, por desgracia, sigue presente y plenamente vigente en nuestra sociedad.
Proceso electoral tras proceso electoral, podemos ver como los embaucadores de turno prometen y prometen parabienes para la gente, incumplen sus promesas una y otra vez, y la gente les sigue votando.
El deterioro social es evidente, y la gente les sigue votando.
Se vive cada vez peor, y la gente les sigue votando.
La represión ha dejado de hacerse soterradamente, se ejecuta visiblemente con impunidad, y la gente les sigue votando.

La Historia nos enseña lecciones, una y otra vez.

Pero no aprendemos.

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